miércoles, 9 de marzo de 2011

TU DESIERTO: Amor de polvo.



Tres... y punto final.

Jamás olvido un principio. Ella giraba en uno de esos retorcimientos del aire. Rotaba presa de aquel repentino espectáculo, entre bolsas de supermercado, paquetes de pipas y hojas secas. Mientras tanto yo apenas sí me ondeaba desde mi apacible remanso; ahí enmimismado. A pesar de aquel frenético vaivén, o tal vez porque existió, quedé deslumbrado ante unos destellos cobrizos, los de Cerise.

Bolsas y hojas faranduleras danzaban coreografiadas por el encuentro multidireccional de los vientos. Pequeños caprichos de la naturaleza que entuercan nuestro devenir en sencillos remolinos. Por momentos quedaban suspendidos en el aire, en otros se arrastraban como persiguiéndose de un modo travieso.

Ocurre, que a nosotros estos bailes de disfraces nos parecen una barraca desbocada en la que ponemos más que un granito de arena. Hacemos el trabajo sucio. El roll de polvo, arena y demás minimeces es dar brío a un absurdo tiovivo transparente.

En fin. Tras varios minutos Cerise se desprendió catapultada, yendo  a parar junto a mi apacible remanso de confort Mediterráneo.

Al principio me sentí tremendamente afortunado de poderla contemplar desde tan imprudente distancia. No había dejado de sentirme aún así, cuando se apegó a mí con esperanzadora desesperación, y juro que no fue una perdida racha de viento, sino ella, quién de una maniobra, se estiró hasta reposar en mi inanimada desnudez.

Comenzaba aquí su tregua. Y a mi me entró ese rubor de los inicios, ese spleen que deja la belleza cuando no sabes si llegó para acampar, o para clavarte una piqueta en el costado y largarse poniendo (no lo quiero ni pensar) tierra de por medio. Yo sólo era un cúmulo de desprendimientos, una mota mestiza de polvo, y ella... Ella debía ser de alguna playa –pensé-, así tan íntegra y tan cruda, que de no ser por aquel peculiar brillo hubiera jurado que Cerise era polvo de heroína.

Volví a la calma. De momento ahí seguíamos, codo con codo, compartiendo deriva. Me contó, que quiso cambiar de aires, porque en su tierra era igual a los demás, e igualmente inútil también. Todo el rato haciendo y deshaciendo dunas. Un día aterrizó  en el ojo de un nómada. Pasó horas en la humedad de aquel hombre, hasta que la lloraron sobre una vasija, que posteriormente fue exportada para un mercado medieval de no sé que pueblo. Cuenta que lo más hermoso fue saber que no todo era desierto. Eso es precisamente lo que yo comencé a mostrarle, el no desierto.

¿Y qué podía contar algo como yo? Pues menos casualidades... cualquier cosa. Siempre andaba metido en algún rebufo. En una ocasión, me tocó posarme sobre un tumultuoso adorno, duré poco; pronto una pareja de adolescentes me cambiaron de sitio, y tras mi breve estancia sobre una bayeta, otra mucho más duradera le prosiguió, esta vez en el interior de un vehículo que periódicamente me traía la efímera compañía del vaho.

         Antes de Cerise las cosas no acababan. Yo siempre odie que fuera así. Desde Cerise, se llenó todo de inicios moribundos, desde que... ella, todo tiene antes, durante y final. Ya ven que soy una mota de principios. Quizás recordandolos, las cosas vuelvan a no acabar. Porque queremos seguir abrumándonos en la bruma que excusa nuestro calor, deshaciendo el desamor, porque ya no hay ventarrón que nos distancie. Ahora somos uno; uno con mi miedo a olvidar; dos, dos orando por la mala memoria de sus olvidos; tres... y punto final.  


Jamás olvido un principio. Ella giraba en uno de esos esperpénticos retorcimientos del aire. Mientras tanto, yo la contemplaba...


CERISE: Adiós. Ahora eres tú mi desierto.


... desde mi cálido y recto remanso.  Rotaba presa  de aquel...

No hay comentarios:

Publicar un comentario