miércoles, 9 de marzo de 2011

LA ESPERANZA ES ASIMETRÍA

Salí de casa para tomar decisiones no domésticas, bajé trece escalones de piedra, doblé una esquina forrada de carteles viejos, crucé una calle cortada por obras y al llegar al parque un árbol me miró a los ojos, como no dijo nada seguí avanzando intimidado. Junto a una farola con la puertañuela de corriente abierta vi un diminuto arcoiris intermitente con una combinación de colores alternativa a la usual, pensé que el cable rojo decolorado que asomaba tendría  algo que ver. Ya estaba ascenciendo al cerro, cuando lo este bajando no se verá mi casa, ni la de ningún vecino, podré decir que me he ido. No sabía, cuando salí de casa, que me iba. El relente pasa de la fina hierba a mis botas sobre las “Zetas sordas” que pueden oírse con cada paso.  Llegando a la cima hay una valla con la prohibición de chapa clavada en uno de sus postes, luego recordé que me estaba yendo y salté la valla, como sentía culpa, doble el cartel de prohibición e hice como si no hubiera podido verlo por su deterioro, a mi me suele funcionar; pero como el sentimiento persistía llegué a la conclusión de que la culpa al final era hambre. Por eso me detuve en un manzano que estaba más alto que la propia cima, a pesar de no estar exactamente sobre esta. Lave la manzana con una manga y la mordí sentado en uno de los brazos del árbol. La manzana era pequeña, dura, ácida y verde. Una pátina hecha de lágrimas de una vieja tristeza que no fue llorada, me invadió los ojos y el horizonte se destensó un instante, luego volvió a enfocarse todo.

Para recorrer la bajada por el lado inverso de la montaña, tuve que volver a saltar otra valla con otra chapa de prohibido descolgada sobre la cepa de uno de los postes. Al bajar la hierba es más alta y las “zetas” en las que se muda el relente a mis botas son ahora eses. Luego esta una farola con un pequeño arcoiris de colores alternativos a los alternativos, le asoma el cable negro. Antes de abandonar el parque un árbol me mira las botas caladas. Cruzo una calle cortada, doblo una esquina forrada con carteles sobre eventos que ya pasaron, subo trece escalones de piedra y anoto el teléfono de una bonita casa que se alquila.

EL CORSÉ DE MENTIRAS

Ocurrió en una ortopedia. Yo buscaba un corsé para enderezar mentiras, uno para reconducir mis torceduras de mayúscula imaginación. Ella… tenía justo la cara que te vas a imaginar pero con los ojos más grandes y preguntaba por unas manos para hacer las paces.
En el estan de las ofertas se anuncian ojos para mirarse hacia adentro, son artículos trampa porque te llevan a requerir muchas otras soluciones protésicas. Aunque el producto estrella se anunciaba por Pascua en 3x2: el alma. Nunca conseguí una porque a esta ciudad no llegaban almas de mi talla.
-¿qué alma gasta caballero?
-La cuarenta
-¿La cuarenta? 
-Así es.
-¿Es usted una de esas personas que llora los Domingos?
-Justo así, me hice hincha del equipo equivocado.
-Se la rompieron en una estación ¿cierto? ¿Fue un adiós, verdad?
-No, se me calló al suelo durante un viaje astral.
-Lo lamento pero tendrá que aguardar desalmado algún tiempo. Se la encargo de todos modos.
-Made in Nepal por favor, que en occidente ya se sabe… las producen en serie.
La misma dependienta, harta de aguantar el insolente tono de los tarados que frecuentan el negocio, se hizo con unos audífonos de importación capaces de convertir los tonos disonantes respecto de amables peticiones de cliente, en otros de dicha índole. En una ocasión, el carnicero del local contiguo le susurró con intención:-Siento, cuando cruzo el umbral, bajo el revuelo metálico del avisador, que no me cabe el corazón adentro-
Rápidamente ella le envolvió uno de talla menor -No tarde en acudir al doctor para que se lo encaje-
Cuando fue el turno de ella, se remango y pidió al fin el precio de un par de manos.
-Tengo derechas. Mucha gente viene a por mano izquierda y… se agotaron las existencias.
-Claro, no se van a agotar las inexistencias.
-Deberíamos exigir receta. Aunque le puedo ofrecer unos guantes.
-Eso solo sería esconder el problema.
El corsé quedaba junto a una maquina de pesar felicidad de modo que me subí e introduje una moneda. El medidor indicó 0.65 infancias y una voz binaria me recordó descalzarme al menos cuatro veces al día, entonces aproveché para llevarme ya encajado el corsé de mentiras.
Al salir de la ortopedia ella me da la mano.
-Ya esta bien, ¿no? Hagamos por fin las paces.
 Dentro se oye a alguien pedir una plantilla crema de pies balbos.

Y EN PAZ.



…Y su hermana que se tumba a tomar el sol sobre las tablas ásperas y calientes de un pequeño muelle asomado a un lago, y que luego llega Tomás con su bici verde metalizada y se baja como siempre hace, cuelga el cebo antes de que la rueda de atrás se detenga y lanza la caña. Y ella observa, camuflada tras sus propias pestañas, como descuida el puntero para verla dormir.

O Júlio, que está sumergido con las gafas de su sobrina y descifra el lenguaje de los peces y el humor de las medusas y el onanismo de las ostras y se hace más sabio en dos horas que todos los marineros y oceanógrafos del mundo.

De Paula, que está con su prima en la casa del campo de la abuela y todavía tiene pecas y hacen una montaña de galletas rellenas de mantequilla para untarlas luego en leche y es viernes por la tarde y a la noche contará quién es el chico que le gusta desde la litera de arriba que es desde la única que se ven las estrellas y no asusta cuando cruje.

A mi ex-novía,  que tiene unas alitas gris de gorrión y se va sin pagar de los bares, no vuelve a usar el metro, y cuando tiene un día malo se tira de la ventana.

O al padre de no recuerdo quién, que deja el cuerpo nacional de policía para montar en una ciudad con mar su propia librería y contarle a todos los clientes que los buenos libros  solo siembran pistas y es el lector quien traza la historía entre adjetivo y conjunción como quién une mediante lineas los puntos que forman una pantera del cuaderno de pasatiempos. Que sus puentes son el cuerpo del relato, que a algunos les salen panteras perro y se pasan a las sopas sosas de letras.

O yo mismo que para sentirme en paz pienso en lo que los demás piensan para sentirse en paz; porque la insolación de la hermana de Miren en una piscine pública; el altercado de Julio con un marinero  en aquel bar del Puerto; la fisura de Costilla de mi ex por saltar de la ventana y el miedo a ser yo quien sueña que cambia de empleo me tienen muy preocupado. 

Si Paula no llega otra vez cansada saldremos al porche a ver las estrellas.

VASOS COMUNICANTES


Me vió mientras cruzaba la calle, mientras miraba en dirección  por donde no se acercan los coches.Luisa siempre creyó que lo de "hasta los huesos" solo era una floritura recurrente que usaban los malos poetas para hablar de amar, pero al avistarme, le retumbaron las costillas por dentro y se acordó de un delgado volumen de poemas que versaba más sobre ojos que sobre miradas. No recordaba el autor pero si una de sus odas "Con pena y sin Gloria". Gloria; complice, confidente y amante del poeta sin nombre, se fue sin otro.Gloria era una de esas chicas que te ruega a la oreja permanecer a la espera, también en horario de oficina. Cuando al otro lado de la linea German llevó permaneciendo a la espera nueve minutos para que le explicaran “nosequé” de una factura, arrancó el telefono y lo lanzó, agarrado del cable, por el balcón de un tercer piso. El impacto sobre uno de los transeuntes dejó huerfano de compadre a Eusebio, que siempre asoció aquel mal trago con el olor a poliester que en esos meses subia desde el ojo de patio, porque a su vecina Selene le dió por catalizar en moldes el hediondo plástico para ampliar su colección de máscaras. Una que adquirio, por una pompa de aire, la mueca de quien frena la claridad mirando bajo, fue arrojada sin pintar a la basura. De ahí que un vecino alertara a la policía de la presencia inmóvil de un sintecho sobre la basura vertida junto a los contenedores.

         Cuando llegué a su acera, ella estaba al lado pero no la vi.

EL BARRIO GIRATORIO


Yo soy el encargado del timón: Oriento todos los días el único barrio giratorio del mundo. Con este antiguo volante que antes fue de un horno de pan, expongo las plazas, los balcones, veladores o avenidas, al sol y la luna.

Normalmente mi labor consiste en cuatro rotaciones: dos a la noche y dos de día. Algunas madrugadas de Agosto salgo de la cama rumbo al volante-manivela mientras me digo que esto no está pagado. Uno siempre ha de estar cerca de los mandos.  Durante mi labor el barrio se paraliza. Un guardia prohíbe circular por las carreteras. El dueño de la pelota se la sube al regazo y los viejecitos buscan un banco para aguardar hasta que las campanas dejen de repicar y haya concluido la maniobra.

La idea fue de mi gran amigo Bruno, un humilde mecánico. Sin las continuas bromas que algunos vecinos hacíamos sobre su sedentarismo o sobre su monotemática conversación, no habría decidido pasar unos días con la sola compañía de un libro sobre las mentes más ilustres y en el lugar donde todo queda al sur. No hay mejor sitio para un desnortado que el círculo polar ártico.

Se desplazó casi 7000 kms para contemplar el sol de media noche sobre una silla roja de propaganda. Cuando el astro comenzaba a escorarse dejando frías sombras sobre su rostro, Bruno interrumpía un instante la lectura y orientaba su silla de manera que la luz le incidiese siempre de frente. Al alcanzar el capítulo en el que Arquímedes pedía un punto de apoyo para mover el mundo y desarrollaba su teoría de la palanca, pensó que un simple mecanismo de poleas engranajes y planos inclinados podrían mover su silla. Luego pensó en la familia y quiso mover su casa y, finalmente, en nosotros los vecinos. Así nació la idea del barrio giratorio.

Pronto aparejadores arquitectos y constructores pulieron la idea de Bruno y se pusieron manos a la obra. Sobre una enorme torta de hormigón articulada fueron encajando los recintos, casas, calles y negocios de nuestro barrio. Esta vez con distinta distribución.

Nuestro barrio es especial por muchos motivos. Todos tenemos los jardines y terrazas orientados al mismo punto. Solo en mi calle hay siete floristerías y algunos edificios no tienen ya ni un solo ladrillo al descubierto de lo crecidas que están las madreselvas.

Es cómica la estampa de mi mujer, con los pelos en punta, al volver de la peluquería que queda fuera del barrio. Y es que dependiendo de la hora a la que le den cita, ha de salir por una u otra calle, en una dirección o en la contraria, y normalmente su demora impide que la puedan atender. Parece como si estuviera siempre asomada a un acantilado

En algunos barrios contiguos jode que demos la espalda, y es  que esta muy descuidada con tanto desconchón y ese  horrible olor a basura. Allí es donde dejamos los contenedores.

Pero no solo perseguimos, como los girasoles, la luz del día; También acosamos a la luna y, cuando los hay, fenómenos espaciales de todo tipo. Aunque en rara ocasión, alguna vez nos hemos, además, escudado del viento.

Ya ven, si no le decimos a Bruno que pare de hablar de lo mismo y se coja unos días para irse al carajo, éste, sería un barrio bien distinto.

En otro momento, si nos vemos, os cuento como hicimos con la plaga de caracoles. Yo estaré cerca de los mandos.

TU DESIERTO: Amor de polvo.



Tres... y punto final.

Jamás olvido un principio. Ella giraba en uno de esos retorcimientos del aire. Rotaba presa de aquel repentino espectáculo, entre bolsas de supermercado, paquetes de pipas y hojas secas. Mientras tanto yo apenas sí me ondeaba desde mi apacible remanso; ahí enmimismado. A pesar de aquel frenético vaivén, o tal vez porque existió, quedé deslumbrado ante unos destellos cobrizos, los de Cerise.

Bolsas y hojas faranduleras danzaban coreografiadas por el encuentro multidireccional de los vientos. Pequeños caprichos de la naturaleza que entuercan nuestro devenir en sencillos remolinos. Por momentos quedaban suspendidos en el aire, en otros se arrastraban como persiguiéndose de un modo travieso.

Ocurre, que a nosotros estos bailes de disfraces nos parecen una barraca desbocada en la que ponemos más que un granito de arena. Hacemos el trabajo sucio. El roll de polvo, arena y demás minimeces es dar brío a un absurdo tiovivo transparente.

En fin. Tras varios minutos Cerise se desprendió catapultada, yendo  a parar junto a mi apacible remanso de confort Mediterráneo.

Al principio me sentí tremendamente afortunado de poderla contemplar desde tan imprudente distancia. No había dejado de sentirme aún así, cuando se apegó a mí con esperanzadora desesperación, y juro que no fue una perdida racha de viento, sino ella, quién de una maniobra, se estiró hasta reposar en mi inanimada desnudez.

Comenzaba aquí su tregua. Y a mi me entró ese rubor de los inicios, ese spleen que deja la belleza cuando no sabes si llegó para acampar, o para clavarte una piqueta en el costado y largarse poniendo (no lo quiero ni pensar) tierra de por medio. Yo sólo era un cúmulo de desprendimientos, una mota mestiza de polvo, y ella... Ella debía ser de alguna playa –pensé-, así tan íntegra y tan cruda, que de no ser por aquel peculiar brillo hubiera jurado que Cerise era polvo de heroína.

Volví a la calma. De momento ahí seguíamos, codo con codo, compartiendo deriva. Me contó, que quiso cambiar de aires, porque en su tierra era igual a los demás, e igualmente inútil también. Todo el rato haciendo y deshaciendo dunas. Un día aterrizó  en el ojo de un nómada. Pasó horas en la humedad de aquel hombre, hasta que la lloraron sobre una vasija, que posteriormente fue exportada para un mercado medieval de no sé que pueblo. Cuenta que lo más hermoso fue saber que no todo era desierto. Eso es precisamente lo que yo comencé a mostrarle, el no desierto.

¿Y qué podía contar algo como yo? Pues menos casualidades... cualquier cosa. Siempre andaba metido en algún rebufo. En una ocasión, me tocó posarme sobre un tumultuoso adorno, duré poco; pronto una pareja de adolescentes me cambiaron de sitio, y tras mi breve estancia sobre una bayeta, otra mucho más duradera le prosiguió, esta vez en el interior de un vehículo que periódicamente me traía la efímera compañía del vaho.

         Antes de Cerise las cosas no acababan. Yo siempre odie que fuera así. Desde Cerise, se llenó todo de inicios moribundos, desde que... ella, todo tiene antes, durante y final. Ya ven que soy una mota de principios. Quizás recordandolos, las cosas vuelvan a no acabar. Porque queremos seguir abrumándonos en la bruma que excusa nuestro calor, deshaciendo el desamor, porque ya no hay ventarrón que nos distancie. Ahora somos uno; uno con mi miedo a olvidar; dos, dos orando por la mala memoria de sus olvidos; tres... y punto final.  


Jamás olvido un principio. Ella giraba en uno de esos esperpénticos retorcimientos del aire. Mientras tanto, yo la contemplaba...


CERISE: Adiós. Ahora eres tú mi desierto.


... desde mi cálido y recto remanso.  Rotaba presa  de aquel...

UN SILENCIO


Yo estaba en la habitación, bocarriba, en la cama y con un cenicero sobre mi desnudo torso. Solía soltar el humo del cigarillo y esperar a que ascendiera hasta el techo, donde tenía un mapamundi colgado. El humo se direccionaba hacia un punto y yo comenzaba a soñar con las cataratas de Iguazú, la infinita estepa rusa o los montes de la luna. De  poco valía apuntar, así que también pase por varios naufragios.

Pero ahora estaba en la estación con una maleta de cuero oscuro que apenas contenía dos mudas, jabón verde y una botella empezada de coñac.

El único tren que me sacaba de la provincia pasaba en 7 minutos. Me hubiese gustado despedirme, pero el acto se habría  considerado desmedido, ya que aquí no nos importamos demasiado.

 Federico estaba sentado sobre un banquito de la estación, agarrando fuertemente una de las patas y con las muletas apoyadas junto a él como una pareja incómoda de amantes metálicos. Pasó tantos años navegando que las usa para combatir los golpes de marea que aún alberga su cabeza.

Los railes también provocan pequeños oleajes, y si te fijas, desde cualquier ventanilla, podrás ver como el tendido eléctrico los dibuja.

Los trenes llevan esa velocidad porque siempre hay alguien esperandoles y son entes muy serviciales, sin embargo, los viajeros nunca llevan prisa; por eso desde los vagones se puede ver como la máquina viaja, por lo menos, 40 kms/h más despacio que desde los andenes.

Llegó al fin, jadeante y majestuoso como un animal de sangre de vapor con la cresta herida. Frenó de un aullido agudo y tras breves minutos retomo su marcha.

Vi tras una de las ventanillas como Federico avanzaba sin muletas por los pasillos de la cola.

Quedó un silencio hermoso.

MENOS MAL


“Menos mal” es un deseo parecido a un suspiro, aplicado como un bálsamo. Yo lo usaba con mesura, lo reservaba para disimular el olor de los frenazos del peligro.
         Perdí un tren que descarrilo por discutir con Laura primero sobre el olor, luego sobre la industria de cosméticos y ya al final sobre los tipos que apuntan con el dedo cuando reprochan. La tragedia solucionó nuestras diferencias. Menos mal.
         Nunca una historia de dos (diminutivo de amor) tuvo tantos “menos mal”.
Su legitimo antónimo “más bien” resulta ser la propia conclusión del primero, lo cual me parece rotundamente positivo, aunque a una que me se le parezca que esta homogeneidad en el significado de dos terminos opuestos desvirtuen por completo su sentido.
         El accidente no dejó víctimas mortales sólo causo heridos graves, que es como dejar la magnitud de la catástrofe en manos de cada oyente. Y eso me gusta porque para mi todos acaban recuperándose.; a los varones le quedan viriles cicatrices y a las damas duros recuerdos que recalquen su talante de luchadoras.
         Pero para Laura es otra historia; muchos quedarán lisiados, habra abortos y numerosos episodios de agorafobia acompañaran a los viajeros de por vida. Y el tren como medio de transporte quedará tan desacreditado que truncará las relaciones comerciales, frenando así la prosperidad económica que comenzaban a experimentar nuestras comarcas.
         Los pesimistas son gente de talento que no suele embarcarse en carreras artísticas por miedo al fracaso o al triunfo, eso ya depende del tipo de pesimismo. Menos mal que nosotros nos complementamos, gracias quizás a esa búsqueda inconsciente por limar, ya en un descendiente, nuestros más marcados rasgos. Pero como yo no puedo y ella no quiere concebir, el beneficio de nuestros contrastes es sólo para nosotros. Por supuesto que ella lo entiende como un caso irreconciliable de in-com-pa-ti-bi-li-dad -y dobla con cada sílaba la cabeza- de carácteres, que lo que pasa es que nos queremos mucho, que si no…
         Despues del accidente, volví a casa a dedo. Laura siempre me dejaba una pieza de fruta para el camino y como esta vez mi petate estaba completo me guardé el plátano bajo el cinturón. Me quedé esperando en el cruce y  poco despues una ranchera se detubo algunos metros  más alante, cuando me acerque, el señor del sombrero aceleró de nuevo y se largo, supongo que el plátano le hizo creer que iba armado. Luego una chica valiente, recogió a un chico valiente como yo lo soy, nos paramos junto a la playa a estirar las piernas, la luna estaba medio llena y la arena fría, las redes verdes de pescador olian mucho a mar y allí hicimos el amor. Voy a ser padre.

         Menos mal que llevaba aquel plátano, aunque claro, se de una que no pensará lo mismo …ay esta Laurita mia…

EL JEFE

Puede que él, mi jefe, fuese más alto los días de frío, pero es que verán, procede de una antigua estirpe del norte que no se recoje jamás, que no camina con las manos en los bolsillos y la curvatura de los flexos cuando aprieta el frio, es más, me atrevería a decir, que muy al contrario, alinea verticalmente sus vertebras y sube el mentón en busca de una tribu confusa de fotones. Y yo  que sólo enfermo en invierno a causa de dolencias que tienen, precisamente, que ver con ese frío, y yo que solo me peso cuando las copiosas comidas de navidades redondean mis facciones; pues me acerco sólo entonces a la farmácia de Jaime que es un tipo muy celoso y no incorpora climatizador al negocio para evitar que su esposa nos atienda con generosos escotes como orillas de charco. Compro analgésicos y cuando me subo a la balanza para maldecir las navidades, un rayo rojo me golpea el cobote recogiendo también mi altura. Nunca me miden erguido.

Yo soy uno de sus empleados más veteranos y dóciles, aunque constantemente de a entender a familiares y amigos que suelo cantarle al jefe las cuarenta o ponerle entre espada y pared porque soy pieza imprescindible en el negocio y puedo permitirme el lujo de ser siempre yo. Él es déspota y abre sus gruesas manos para dar instrucciones.
Aquella noche veníamos en su todoterreno por un camino sin asfaltar que cruzaba el frondoso bosque donde él quería colocar nuevos depósitos de ácido clorhidrico. Yo me aflojaba la corbata negra y buscaba setas en la cepa de las encinas con el rabillo del ojo mientras mi jefe me esbozaba un discurso sobre lo prolífero y rentable que sería expandir el negocio en ese lugar.  La noche había llegado antes de que el sol se fuese campoatravés y el jefe conducía con prisa.

Cuando le entramos mal a la curva el vehiculo rodo por un terraplen. Primero cada vez más rápido, luego cada vez más lento, luego otra vez rápido. En algún momento del siniestro dejamos de agarrarnos y quedamos tendidos en medio del campo sin vehículo a la vista, sin conciencia, sin memoria.

Un señor estirado despertó a otro magullado que era yo. Me preguntaba quienes eramos y que hacíamos allí.  Yo sentía dolor en un hombro, aunque no sabía si mucho o poco dolor porque no recordaba otra molestia física con que compararla, quizás por eso no supe preocuparme. Supe que las cosas tenían nombre pero no me interesaba saber el mio por una cuestión práctica, eso no nos sacará de aquí, -ningún nombre nos sacará de aquí- le respondí

Mientras él rastreaba inquieto la zona, yo permanecía sentado con un solo hombro encojido por el frío.

Pronto salieron a flote nuestras diferencias. Yo me encontraba lo suficientemente cómodo en ese entorno como para emprender el camino de regreso al sitio del que veníamos, fuese cual fuese. Él quería resguardarse y esperar el regreso del día. Yo tenía tanto frío que desaprobé de inmediato la propuesta. Encontró una carpeta repleta de documentos en la que figuraban nombres de personas y numerosos recibos a nombre de una empresa de metalurgia.
La confusión se disipaba lentamente y buscamos nuestra documentación en los bolsillos, pero no encontramos nada. Parecíamos estar de acuerdo en que debía ser el jefe quien tomara las decisiones.

Yo debo ser… Domingo Álvarez Renoir y tú cualquiera de estos a quienes tengo en nómina.

¿Cómo sabes eso? –Pregunté-

Bueno… mírame, no llevo traje, ni corbata. Salta a la vista que ningún superior me la exige porque los jefes no tenemos superiores.

O tal vez –añadí- sea yo el jefe, sea yo quien se reuna con politicos y líderes de la competencia y por eso lleve esta elegante ropa. Y respecto a usted, decidiese que es libre para elegir su vestimenta porque la imagen de un peón no interfiere en los intereses de mi negocio.

Hace poco decías que ningún nombre nos sacará de aquí y ahora sabemos que sería la clave para coordinarlos y establecer una jerarquía. Ninguna empresa obtendría los beneficios que figuran en estas facturas con un jefe tan incompetente como tú.

Despedido!

No. Tú estás despedido.

Tal vez quieras matarme y por eso me has traido  hasta aquí.

O tal vez seamos amantes.

La bruma de la noche nos dejó igual de encojidos, de igual estatura

LA DEPENDIENTA, EL VIOLINISTA, UN GATO Y YO.

Él sí. En Dublín, los músicos “deambulantes” jamás cierran los ojos por miedo a ser robados. Sin embargo... él sí. Él, violinista de cabellera y barba grasa castaña y larga, tenía ojos de esos que miran hacia adentro.
Cada mañana en Grafton un Crisol de transeúntes, lejos de detenerse, a menudo se deshacen de libras que acabarían por descoser sus bolsillos, y así los encestan en el sombrero del músico. Es un sombrero de ala almidonada con el que juguetea a diario un gato, nunca supe si suyo; en realidad nunca supe si los gatos pueden tener dueño.

Antes de tomar posición contempla en un escaparate el precio de unas sandalias, las suyas parecen hambrientas. Casi todos los días el joven cierra por unos minutos los ojos y reclina su cabeza sobre el instrumento, entonces las notas sollozan entretejidas, sin consuelo. Ventila sobre nuestras cabezas una sábana de tristes menores. Aquel violín llora. Llega mientras tanto el buen recaudo. Sus dedos, estirados y pálidos convulsionan sobre el mástil con la verticalidad de una estocada. Y... ahí llega ella. La misma muchacha sale de la misma tienda -supuse que será la dependienta- mostrando con su sonrisa de perturbada, unos dientes distanciados y un puñado de pecas dispuestas como la sal. Luego se sitúa frente a él y ella también cierra los ojos. Antes de que acabe de sonar la pieza, cruzo entre ambos y los contemplo. La muchacha, en un gesto de autodisciplina retorna -al mostrador, tengo supuesto- No tardan en oírse blasfemias del músico, entre que cómo es posible y ahora que hago o que sí tan difícil es avisarle; luego la calma, y al poco se moviliza hasta dar con el sombrero ya vacío. Así es día tras día.

Yo no he cesado de preguntarme que ocurriría cuando ahorrase lo suficiente y entrara en la tienda de calzados. Será la primera vez que ella ve sus hondos ojos verdes, y probablemente también la primera vez que él la ve a ella, con esas dos preciosas trenzas pelirrojas ...

En mitad de una tormenta de Agosto. Recuerdo que caían cordadas de lluvia. Recuerdo la calle, no tardó en vaciarse. Ahí seguía él bajo un toldo, junto al gato. Y pasó, claro, lo que sabía que iba a pasar. Él frente a ella y todos los ojos cerrados, oyendo la escena. Al finalizar el mágico momento, se abrieron los ojos que por costumbre daban con la ausencia del sombrero. Alzó la vista. Chapoteó tres pasos y le propinó un bofetón a la muchacha añadiendo -¡así aprenderás a no robarle a los pobres, puta! Luego desapareció. Mientras, yo a salvo contaba las libras.

El gato se quedó bajo el toldo.  

LA SONRISA DEL GUERRERO


     Las mariposas de aquel jardín palmoteaban sobre el busto de piedra. Y quizás por ello, con el tiempo, la mueca esgrimida del guerreo se fue volviendo burlona. El polvo de las mariposas es polvo mágico; quien las frotó lo sabe. Sin él sólo son avioncitos de papel couché mojado.

         Antes de que David colocase aquel recuerdo de Creta, las mariposas revoloteaban tanto alrededor del jarrón que ocupaba entonces el capitel, que en una ocasión y  estimulado por el polvo, se puso de puntillas y cayó deshaciéndose en un archipiélago de porcelana. David también notó la nueva y pétrea sonrisa del guerrero. Cada mañana riega su cerezo… Y el naranjo… Y la palmerita… Y al pasar frente al capitel, desde hace más de trece años vierte con ternura el mismo salpicón de agua que el que derramará después en el rosal. Al nacer Paulita, incorporaron un pequeño columpio que también comenzó a regar con la única intención de no tener que volver a balancear a la pequeña, y  sea el propio columpio quien se empuje a si mismo. Su esposa Adela le regaña y reprocha que no malgaste agua bendita en el tobogán. David contesta que es un tobogán de regadío y sigue a lo suyo. Adela cada mañana recorre siete manzanas para asistir a misa y traer del pozo aledaño a la parroquia, un caldero de agua del milagrito -como le llama- que diluirá en la empleada para beber, cocinar, y por supuesto en la que David utiliza para regar. ¿A que adivinan a que achaca Adela la sonrisa del guerrero?

         Cristina, compañera de tapia de David y Adela, es una señorita entregada en alma -y eso el cuerpo lo nota- a la pornografía. También mantiene una estrecha relación con sus plantas a quienes cada mañana -según dice- les canta la misma canción. Podría decirse que lo hace a los pájaros sin cabeza que dormitan en el cerezo de David , o a su cartero, quién cada día le recita un verso distinto de Neruda. Cuando se le hayan agotado los versos del poeta dice que se jubilará, no está dispuesto a dejar que Cristina le vea sin un verso en la boca, ni a repetirlos tampoco. Le deben quedar veinte poemas de amor y una canción desesperada de profesión. El día en que Cristina le llamó el cartero de Neruda, a punto estuvo de repetir que le gusta cuando calla. Sus aromáticas y prohibidas plantas también sonríen y según ella, también, como el guerrero, gracias a su canción. Narana nanaa...
        
         Dos fuentes más abajo vive un ejecutivo de gomina extra-fuerte que madruga para  sacar a volar su cometa. Lleva años aprovechando las corrientes venideras del océano para alzarla cada mañana más y más alto. Su hobby, lejos de resituarlo en un entorno exento de estrés, hará que pronto el trocito de cielo que sostiene, enojado por la codicia con que es utilizado se enrede a un haz de luna dejandolo colgado, abandonándolo a su suelo. Él también se fijó en la sonrisa del guerrero. Él también sabe que la provoca. Los vientos que se adentran  desde esa zona (señala) erosionaron el contorno izquierdo de la sobria pose de piedra, convirtiéndola aparentemente, en una sonrisa de “mediolao”.
        
         La pequeña Paulita no conoció al guerrero triste. Dice que sonríe porque ella le hace comiditas; y es cierto que machaca  césped y pétalos de rosa, los revuelve con agua de la piscina y cuida al nene del jardín. David le regaña constantemente porque es a él a quien adentrada la noche le toca bajar a limpiar de incógnito la boca tintada de rosa del guerrero; para que no digan que forja la sonrisa con un estropajo empapado en leche; para que no digan que estos griegos ya se sabe que eran un poco raritos.

         Lo que ninguno de ellos sabe, es que cada año me hacen más gracia, como el ingenio de la ignorancia. Que de eso me río.

AFUERA



Escogía las únicas palabras que servían. La guitarra se frotaba primero con uno y luego con los demás instrumentos. Y encima, encima una voz a la leña capturada como desde el esternón. De aquella fricción salieron siete canciones de magia. No sonaban a disco que se vende.

Cuando el muchacho las mostró, las siete canciones gasearon la ciudad envenenando de hermosura todas las orejas.

Nadie sabía bien del artesano. Luego un hombre sin maletín supo.

Le citó aunque el artesano no acudió a la cita. Entonces salió a buscarlo y dio con él… y quiso hacer negocio… y ofreció más de lo que él mismo tendrá. Pero el artesano dijo no.
-¿Por qué?
-Hay cosas que no caben en ningún maletín, ni en ese que te has olvidado.
-No llevo maletín.
-siempre estarán afuera.
     Tras el silencio el hombre agarró fuerte el maletín y se largó calle abajo.

COLOR GRIS COLOR DE ROSA



EL COLOR GRIS.

Me despido de Raquel. Cierro... ¡¡craune...!! de un portazo la consulta. La calle decolorada y turbia me contagia un bostezo. Es un Jueves travestido de Domingo. El cielo como lavado a la piedra se acerca al suelo cuando no miro y una señora destensada  salpica sobre un charco a tres muchachas mientras exhibe una maliciosa mueca tras la ventanilla. No volveré a preguntarme porqué trate de rescatar un globo rosa de entre las ruedas de aquel utilitario. Luego una luz hace de puente.

En un par de horas llega la enfermera –me comunica Javi, compañero de habitación-. Aquí me siento como un boceto de la muerte en un block cuadriculado. La luz que atraviesa el ventanal vierte una fogosa pátina que colma las arrugas de mi frente; ya no es aquel amigo que pregunta insistente si sales a la calle, ahora es un simple sustituto del alógeno. El desconchón del techo sigue pareciéndome un perro de orejas grandes rascándose. El perfume de mi madre planea sobre mi. Me pregunto si habrá estado aquí. El de más allá lleva aún más tubos que yo; dice que no ha visto a nadie pero que también él es nuevo.

Aún confío en los médicos, ellos me devolveran la movilidad. Eso me tranquiliza, eso o el liquido rojo de un diminuto vaso.

Recuerdo que hace años -no recuerdo si en una sala de espera o un autobús- leí en una de esas revistas para gente que adora retener cifras aparentemente desproporcionadas, un reportaje. En él se decía que dependiendo de las zonas dañadas durante el accidente, las primeras parcelas en recobrar su dinamismo serán unas u otras. Yo olvidé la cifra pero no que un elevado porcentaje de accidentados comenzaba  su recuperación con débiles erecciones , dado que es la sangre junto con “noseque” tramo de la médula, quienes asumen el peso del milagro.

Para dormir transformo el perro en oveja y le hago saltar vallas también imaginarias.

EL COLOR DE ROSA

Déjame en el semáforo, cielo, que voy con prisas. -Vuelvo a tener pasta de dientes en el pelo- te tengo dicho que no me besuquees sin la boca bien aclarada.

Cierro... ¡¡craune...!! el coche de un portazo. Seguro que el dentífrico quedó en el pelo cuando me recliné para repostar de agua los carrillos. Me debió haber mandado a hacer gárgaras.

Tan temprano y vaya luz. Parece efervescente. Como que fuera de las calles hacia el sol. A ver como sigue el muchacho del globo.

EL COLOR GRIS

Cuando abro los ojos hay una enfermera con la falda muy corta, con una mancha blanca en la comisura. Se han llevado a mis compañeros de habitación y puedo sentir hasta algunas uñas de los pies… Pero no es un sueño erótico.

Tiene las únicas piernas que su dios trazó a mano alzada, un cuello de camísa descentrado y cuando se levanta de recoger algo, un peinado sin raya. Se acerca tanto a mi que está respirando mi aire.

EL COLOR ROSA

Otra vez estás aquí, consciente. Cuatro veces te he dado ya la mala y dos la muy buena noticia. Como siempre eliges primero la mala te dire que existe una leve lesión en la medulla espinal sacra encargada de las erecciónes reflejas.

Mañana mismo podrás andar.

EL COLOR GRIS

Cuando se iba le grité ¡tonta! con dos tes de punta, una se clavó en su espalda y la otra desconchó el marco de la puerta.

AUTOBIOGRAFÍA 2ª PARTE, Por Ruben Espinosa


   Me gustaría aclarar que esta parte arrancará a partir de mis sesenta y tres años, y ya que estamos con aclaratorias, confieso que la primera parte no la escribí porque no me acuerdo bien y porque no me gustaría, como ya sabeis mis fieles lectores, quedar por impostor.De todos modos a quienes les gustaron mis anteriores trabajos, disfrutaran con el primero.

         Ayer fue mi cumpleaños. Sesenta y tres. Yo mismo hice la tarta y yo mismo robe las velas en el chino de abajo. A mi los sabios me querían enseñar a ser autodidacta, pero yo que soy mas listo, les tuve que decir que puedo solo,  y asi aprendí las palabras, los números y los acordes de mi piano. Leer es tan aburrido que de verdad que no os entiendo. Jamás leí un libro. Podría decir que conozco el amor verdadero, mi alma gemela: Lorena. Ambos fuimos siempre tan feos que sólo yo me comprometí a amarla, y viceversa. De vez en cuando me tope con otras almas. Llegue a pensar que Lorena, aquellas señoritas y yo, eramos almas trillizas ¿se imaginan? Pero supe que eso no era cierto porque despues de amar querían siempre dinero. La intención es lo que cuentan quienes creen que la intención es lo que cuenta; Yo preferí no contarle nada. No ser como esos amigos que llaman al telefono y dicen: “Iba a ir a verte pero al final...” Eso mi esposa y yo no lo soportábamos. Y digo soportábamos porque ella ya no está. Tenía un oficio de aquellos por los que siempre se anda viajando en avión. Lo que pasó lo omitiré porque, como os dije, no pienso hablar de la primera parte de mi autobiografía y en este sentido pienso ser muy estricto.

Creo que al final no celebré mi cumpleaños porque estuve pensando en escribir la segunda parte de mi autobiografía. Y a lo mejor lo hago.

Después llegó Lorena. Me despertó: Iba a venir ayer, para tu cumpleaños, pero al final perdí el avión. No importa -le dije- y seguí durmiendo.

EL ECO NO ES MIO.



El otorrino me mando al psicólogo, el psicólogo al psiquiatra, y el psiquiatra al inem. ¿Como pagar sin ingresos las caras sesiones de la terapia? La muchacha de la oficina me dijo que no se veian muchos cantantes de verbena en las oficinas del paro. Parecía soltera porque cuando hube de deletrear la letra de mi NIF y dije E de edredón, ella sonrió y me escribió en una tarjeta verde y crema que salía en una hora. Fuí a responder que  esperaba no tener que responder, pero el bic dejo de pintar en la novena curva y debió entender otra cosa. Seguía sonriendo mientras yo me iba.

Sordera psicosomatica selectiva. Todos coincidian, incluso mi barbero. Como iba yo a cantar si no podía oirme, como si la voz fuese tan gruesa que cupiese en mis  angostos oidos. La banda no sabía nada- bueno... Bruno, el chico del teclado sí, porque yo a Bruno se lo cuento todo-.¿Será posible? Ni tan siquiera oigo ahora esa vocecilla de la conciencia que siempre quise amordazar. Lo sé porque me dió igual pensar que alguien me esperaba (verbo de nueve curvas) en la puerta de un edificio público, probablemente al sol, porque ninguna voz interior me recriminaba que debia decir E de España ... (o de Europa si quería parecer progresista) cuando diese el DNI. Lo mismo es solo afonía espiritual. El caso es que sí sigo oyendo cada noche el somier de mis vecinos y el camión de la basura a eso de las 2. Lo oigo todo. A todos. Menos a mi.

Y actuar en uno de los únicos pueblos donde tenía reputación.  Y preguntar si buena o mala. Ya estoy viendo a los padres de familia con una mano en el bolsillo de pinza gris  y la otra en la videocamara capturando mis desafines, así, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia atrás.

Por eso me vine aquí, a la montaña. Poque aquí me ensancho. Y si supiese qué es el alma,  diria también lo que a ella le pasa. Grité hasta oírme pronunciado por un gigante gris con garganta de basalto. Oí lo que volvía: El eco.

Desde entonces canto contra la pared y mi público cree que es cosa de genios.

EL CUADRO DE LA MAR SIN LUNA.



El último halo que vi viajaba sobre la cresta de una ola. Aquella noche de lunes traía una mueca; casi parecía un rosetón. No sabría decir si crecía o menguaba, porque en días anteriores no le presté atención. Nadie ya lo hacía.
Desde mi ático acorralaba a pinceladas gruesas  y en el margen superior izquierdo del lienzo un lugar donde colocar la luna; porque ya sólo quedaba eso: la luna. Decidí entonces esperar a que terminase de inflarse en mi ventana para copiarla completa en el cuadro.
Durante la noche del martes la aguardaba impaciente junto al caballete, esperaba encontrarla en una talla mayor. No apareció. Tampoco lo hizo a la siguiente. Ni a la siguiente de la siguiente. Ni a la otra. Ni a la de después de la otra. Hoy hace una semana que perdí su pista. Pintarla ya es lo de menos.
En la aldea nadie confiaba en un viejo con enredos en la barba: ¿quién me iba a creer a mi, a mi que pesco en un bote con nombre de mujer? Pero yo ya lo decía: las noches son claras y aún con esas  la luna no se ve.
La mar varaba unas ondas de agua acompasadas, al punto de sal, estándar, que poco tenían que ver con el lunático vaivén habitual. Alguien dijo que la luna es la fulana que calienta a los hombres. En cierto modo, también nosotros parecíamos acompasados y simétricos. No he vuelto a ver parejas paseando descalzas en la playa, ni me apetece salir a pescar con Angélica. Ahora veo más acertado frecuentar la lonja.

Mercedes, la recepcionista alcohólica de la casa de citas, escuchó ayer en su transistor unas  últimas investigaciones reveladoras. Un grupo de expertos con nombres de expertos -esto es, difíciles de recordar- sostienen que el satélite de nuestro planeta ha dejado de constar en sus sensores. Se dice que pudo descolgarse  de la órbita a tanta velocidad que no dejó registro alguno sobre su huida.

Los niños que me topo en la playa ven absurdo levantar castillos de arena que no tardará la marea en derribar; Incluso oí a uno de ellos una propuesta de construcción en uralita  y lejos de la tozuda orilla.

 Me detengo en el dorso de las cosas.  Pienso en  los porqués. Sí, pienso porqué creeremos a esos que encuentran una respuesta racional a todo tipo de pregunta. Porqué aún habiendo demostrado la luna y sus ausencias que funcionamos por eclosiones y garabatos de emoción seguimos aceptando que se descolgó de la órbita. ¿Y si tuviese razón ese poeta? ¿Y si fuese la querida de nuestra cara pasional?
         Continúo con los porqués: ¿Se apagó nuestro calor porque se fugó la  luna, o esta huyó cuando lo hizo nuestro calor? La gente lleva tiempo educada en la frialdad del cientifismo y las relaciones han de ser reciprocas, porque de no ser así, bien es sabido que uno de los dos acaba por desaparecer. 
     Dejo pasar la tarde en el ático. Me dejo caer “panzarriba” en la cama hasta tocar con las palmas de mis manos la almohada. Suena como a resaca de mar. Arrimo en una incómoda maniobra ocular mis ojos a sus ojeras para poder contemplar la noche. Y allí… acercándose  poquito a muy poco veo una flaca luna en el vértice superior izquierdo del ventanal. Estoy llorando o a punto de hacerlo.
A la mañana siguiente los niños levantan fugaces castillos de arena, y los enamorados pasean descalzos por la orilla, y Mercedes andará con su botella escuchando las noticias. Desde que Angélica se perdió mar adentro comencé a dibujar todo aquello que creía entender; por eso que nunca pinté una mujer, y también por eso dejo tal como está el cuadro de la mar sin luna.

AL MUNDO, AL FIN.


Mi Lolita envejecía en cada  turbio pensamiento y pronto hube de buscar otros que la reemplazaran en momentos de intinidad para no acabar sintiéndome víctima de una pedófifa.

No pude dejar de prometerme cosas, pero hace años que ya no me creo, que no creo en mi: En mayo reservarás un vuelo a Nueva York, el viernes preguntaras por la hora de cierre a esa camarera, esta semana repararas el mi grave del piano, mañana romperás con un bate todos los acuarios de la calle de las marisquerias y cenarás, a salvo de la policía, un sanwitch en el Parque de los Principes, coger gasolina y meterle fuego a la casa.

Conozco a un tipo que se prometió no volver a hablar en su  idioma, y es de los que cumple las promesas. Volví a verlo hace poco, le pregunte si habia cumplido aquella extraña jura que se hizo meses atrás,  contesto que él siempre cumple las promesas por muy beodo que las haga y yo me quede más tranquilo.

Cuando aprenda que nada es tan importante pertenecere al mundo, al fin.

Todos los días sobre la misma hora me detengo frente al escaparate de esta librería; el muchacho de Ciudad Real va por la tercera edición, las colecciónes de autoayuda vuelven a subir de precio, otro cantante que vende poesía… Pero hoy se me hizo tarde y al pasar frente a la vidriera aprendí algo distinto: Tengo los andares de mi padre.

A veces basta con trastocar uno solo de los ingredientes para que el resultado sea bien diferente. La oscuridad del local ya cerrado realzó mi reflejo y me vi.  En ocasiones la vida es agradecida y sorprendente.

He de añadir que mi padre tiene andares de llanero solitario y yo adoro el wester, de no ser así, de adorar el vodevil, hubiese dicho que a veces la vida es desagradecida, aunque mantendría lo de sorprendente. A veces basta con trastocar uno solo de los ingredientes.

El motivo por el que cruce ya de noche frente a la librería, es que estuve buscando el bate de beisbol en una tienda aledaña de deportes.