miércoles, 9 de marzo de 2011

LA SONRISA DEL GUERRERO


     Las mariposas de aquel jardín palmoteaban sobre el busto de piedra. Y quizás por ello, con el tiempo, la mueca esgrimida del guerreo se fue volviendo burlona. El polvo de las mariposas es polvo mágico; quien las frotó lo sabe. Sin él sólo son avioncitos de papel couché mojado.

         Antes de que David colocase aquel recuerdo de Creta, las mariposas revoloteaban tanto alrededor del jarrón que ocupaba entonces el capitel, que en una ocasión y  estimulado por el polvo, se puso de puntillas y cayó deshaciéndose en un archipiélago de porcelana. David también notó la nueva y pétrea sonrisa del guerrero. Cada mañana riega su cerezo… Y el naranjo… Y la palmerita… Y al pasar frente al capitel, desde hace más de trece años vierte con ternura el mismo salpicón de agua que el que derramará después en el rosal. Al nacer Paulita, incorporaron un pequeño columpio que también comenzó a regar con la única intención de no tener que volver a balancear a la pequeña, y  sea el propio columpio quien se empuje a si mismo. Su esposa Adela le regaña y reprocha que no malgaste agua bendita en el tobogán. David contesta que es un tobogán de regadío y sigue a lo suyo. Adela cada mañana recorre siete manzanas para asistir a misa y traer del pozo aledaño a la parroquia, un caldero de agua del milagrito -como le llama- que diluirá en la empleada para beber, cocinar, y por supuesto en la que David utiliza para regar. ¿A que adivinan a que achaca Adela la sonrisa del guerrero?

         Cristina, compañera de tapia de David y Adela, es una señorita entregada en alma -y eso el cuerpo lo nota- a la pornografía. También mantiene una estrecha relación con sus plantas a quienes cada mañana -según dice- les canta la misma canción. Podría decirse que lo hace a los pájaros sin cabeza que dormitan en el cerezo de David , o a su cartero, quién cada día le recita un verso distinto de Neruda. Cuando se le hayan agotado los versos del poeta dice que se jubilará, no está dispuesto a dejar que Cristina le vea sin un verso en la boca, ni a repetirlos tampoco. Le deben quedar veinte poemas de amor y una canción desesperada de profesión. El día en que Cristina le llamó el cartero de Neruda, a punto estuvo de repetir que le gusta cuando calla. Sus aromáticas y prohibidas plantas también sonríen y según ella, también, como el guerrero, gracias a su canción. Narana nanaa...
        
         Dos fuentes más abajo vive un ejecutivo de gomina extra-fuerte que madruga para  sacar a volar su cometa. Lleva años aprovechando las corrientes venideras del océano para alzarla cada mañana más y más alto. Su hobby, lejos de resituarlo en un entorno exento de estrés, hará que pronto el trocito de cielo que sostiene, enojado por la codicia con que es utilizado se enrede a un haz de luna dejandolo colgado, abandonándolo a su suelo. Él también se fijó en la sonrisa del guerrero. Él también sabe que la provoca. Los vientos que se adentran  desde esa zona (señala) erosionaron el contorno izquierdo de la sobria pose de piedra, convirtiéndola aparentemente, en una sonrisa de “mediolao”.
        
         La pequeña Paulita no conoció al guerrero triste. Dice que sonríe porque ella le hace comiditas; y es cierto que machaca  césped y pétalos de rosa, los revuelve con agua de la piscina y cuida al nene del jardín. David le regaña constantemente porque es a él a quien adentrada la noche le toca bajar a limpiar de incógnito la boca tintada de rosa del guerrero; para que no digan que forja la sonrisa con un estropajo empapado en leche; para que no digan que estos griegos ya se sabe que eran un poco raritos.

         Lo que ninguno de ellos sabe, es que cada año me hacen más gracia, como el ingenio de la ignorancia. Que de eso me río.

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