miércoles, 9 de marzo de 2011

LA ESPERANZA ES ASIMETRÍA

Salí de casa para tomar decisiones no domésticas, bajé trece escalones de piedra, doblé una esquina forrada de carteles viejos, crucé una calle cortada por obras y al llegar al parque un árbol me miró a los ojos, como no dijo nada seguí avanzando intimidado. Junto a una farola con la puertañuela de corriente abierta vi un diminuto arcoiris intermitente con una combinación de colores alternativa a la usual, pensé que el cable rojo decolorado que asomaba tendría  algo que ver. Ya estaba ascenciendo al cerro, cuando lo este bajando no se verá mi casa, ni la de ningún vecino, podré decir que me he ido. No sabía, cuando salí de casa, que me iba. El relente pasa de la fina hierba a mis botas sobre las “Zetas sordas” que pueden oírse con cada paso.  Llegando a la cima hay una valla con la prohibición de chapa clavada en uno de sus postes, luego recordé que me estaba yendo y salté la valla, como sentía culpa, doble el cartel de prohibición e hice como si no hubiera podido verlo por su deterioro, a mi me suele funcionar; pero como el sentimiento persistía llegué a la conclusión de que la culpa al final era hambre. Por eso me detuve en un manzano que estaba más alto que la propia cima, a pesar de no estar exactamente sobre esta. Lave la manzana con una manga y la mordí sentado en uno de los brazos del árbol. La manzana era pequeña, dura, ácida y verde. Una pátina hecha de lágrimas de una vieja tristeza que no fue llorada, me invadió los ojos y el horizonte se destensó un instante, luego volvió a enfocarse todo.

Para recorrer la bajada por el lado inverso de la montaña, tuve que volver a saltar otra valla con otra chapa de prohibido descolgada sobre la cepa de uno de los postes. Al bajar la hierba es más alta y las “zetas” en las que se muda el relente a mis botas son ahora eses. Luego esta una farola con un pequeño arcoiris de colores alternativos a los alternativos, le asoma el cable negro. Antes de abandonar el parque un árbol me mira las botas caladas. Cruzo una calle cortada, doblo una esquina forrada con carteles sobre eventos que ya pasaron, subo trece escalones de piedra y anoto el teléfono de una bonita casa que se alquila.

EL CORSÉ DE MENTIRAS

Ocurrió en una ortopedia. Yo buscaba un corsé para enderezar mentiras, uno para reconducir mis torceduras de mayúscula imaginación. Ella… tenía justo la cara que te vas a imaginar pero con los ojos más grandes y preguntaba por unas manos para hacer las paces.
En el estan de las ofertas se anuncian ojos para mirarse hacia adentro, son artículos trampa porque te llevan a requerir muchas otras soluciones protésicas. Aunque el producto estrella se anunciaba por Pascua en 3x2: el alma. Nunca conseguí una porque a esta ciudad no llegaban almas de mi talla.
-¿qué alma gasta caballero?
-La cuarenta
-¿La cuarenta? 
-Así es.
-¿Es usted una de esas personas que llora los Domingos?
-Justo así, me hice hincha del equipo equivocado.
-Se la rompieron en una estación ¿cierto? ¿Fue un adiós, verdad?
-No, se me calló al suelo durante un viaje astral.
-Lo lamento pero tendrá que aguardar desalmado algún tiempo. Se la encargo de todos modos.
-Made in Nepal por favor, que en occidente ya se sabe… las producen en serie.
La misma dependienta, harta de aguantar el insolente tono de los tarados que frecuentan el negocio, se hizo con unos audífonos de importación capaces de convertir los tonos disonantes respecto de amables peticiones de cliente, en otros de dicha índole. En una ocasión, el carnicero del local contiguo le susurró con intención:-Siento, cuando cruzo el umbral, bajo el revuelo metálico del avisador, que no me cabe el corazón adentro-
Rápidamente ella le envolvió uno de talla menor -No tarde en acudir al doctor para que se lo encaje-
Cuando fue el turno de ella, se remango y pidió al fin el precio de un par de manos.
-Tengo derechas. Mucha gente viene a por mano izquierda y… se agotaron las existencias.
-Claro, no se van a agotar las inexistencias.
-Deberíamos exigir receta. Aunque le puedo ofrecer unos guantes.
-Eso solo sería esconder el problema.
El corsé quedaba junto a una maquina de pesar felicidad de modo que me subí e introduje una moneda. El medidor indicó 0.65 infancias y una voz binaria me recordó descalzarme al menos cuatro veces al día, entonces aproveché para llevarme ya encajado el corsé de mentiras.
Al salir de la ortopedia ella me da la mano.
-Ya esta bien, ¿no? Hagamos por fin las paces.
 Dentro se oye a alguien pedir una plantilla crema de pies balbos.

Y EN PAZ.



…Y su hermana que se tumba a tomar el sol sobre las tablas ásperas y calientes de un pequeño muelle asomado a un lago, y que luego llega Tomás con su bici verde metalizada y se baja como siempre hace, cuelga el cebo antes de que la rueda de atrás se detenga y lanza la caña. Y ella observa, camuflada tras sus propias pestañas, como descuida el puntero para verla dormir.

O Júlio, que está sumergido con las gafas de su sobrina y descifra el lenguaje de los peces y el humor de las medusas y el onanismo de las ostras y se hace más sabio en dos horas que todos los marineros y oceanógrafos del mundo.

De Paula, que está con su prima en la casa del campo de la abuela y todavía tiene pecas y hacen una montaña de galletas rellenas de mantequilla para untarlas luego en leche y es viernes por la tarde y a la noche contará quién es el chico que le gusta desde la litera de arriba que es desde la única que se ven las estrellas y no asusta cuando cruje.

A mi ex-novía,  que tiene unas alitas gris de gorrión y se va sin pagar de los bares, no vuelve a usar el metro, y cuando tiene un día malo se tira de la ventana.

O al padre de no recuerdo quién, que deja el cuerpo nacional de policía para montar en una ciudad con mar su propia librería y contarle a todos los clientes que los buenos libros  solo siembran pistas y es el lector quien traza la historía entre adjetivo y conjunción como quién une mediante lineas los puntos que forman una pantera del cuaderno de pasatiempos. Que sus puentes son el cuerpo del relato, que a algunos les salen panteras perro y se pasan a las sopas sosas de letras.

O yo mismo que para sentirme en paz pienso en lo que los demás piensan para sentirse en paz; porque la insolación de la hermana de Miren en una piscine pública; el altercado de Julio con un marinero  en aquel bar del Puerto; la fisura de Costilla de mi ex por saltar de la ventana y el miedo a ser yo quien sueña que cambia de empleo me tienen muy preocupado. 

Si Paula no llega otra vez cansada saldremos al porche a ver las estrellas.

VASOS COMUNICANTES


Me vió mientras cruzaba la calle, mientras miraba en dirección  por donde no se acercan los coches.Luisa siempre creyó que lo de "hasta los huesos" solo era una floritura recurrente que usaban los malos poetas para hablar de amar, pero al avistarme, le retumbaron las costillas por dentro y se acordó de un delgado volumen de poemas que versaba más sobre ojos que sobre miradas. No recordaba el autor pero si una de sus odas "Con pena y sin Gloria". Gloria; complice, confidente y amante del poeta sin nombre, se fue sin otro.Gloria era una de esas chicas que te ruega a la oreja permanecer a la espera, también en horario de oficina. Cuando al otro lado de la linea German llevó permaneciendo a la espera nueve minutos para que le explicaran “nosequé” de una factura, arrancó el telefono y lo lanzó, agarrado del cable, por el balcón de un tercer piso. El impacto sobre uno de los transeuntes dejó huerfano de compadre a Eusebio, que siempre asoció aquel mal trago con el olor a poliester que en esos meses subia desde el ojo de patio, porque a su vecina Selene le dió por catalizar en moldes el hediondo plástico para ampliar su colección de máscaras. Una que adquirio, por una pompa de aire, la mueca de quien frena la claridad mirando bajo, fue arrojada sin pintar a la basura. De ahí que un vecino alertara a la policía de la presencia inmóvil de un sintecho sobre la basura vertida junto a los contenedores.

         Cuando llegué a su acera, ella estaba al lado pero no la vi.

EL BARRIO GIRATORIO


Yo soy el encargado del timón: Oriento todos los días el único barrio giratorio del mundo. Con este antiguo volante que antes fue de un horno de pan, expongo las plazas, los balcones, veladores o avenidas, al sol y la luna.

Normalmente mi labor consiste en cuatro rotaciones: dos a la noche y dos de día. Algunas madrugadas de Agosto salgo de la cama rumbo al volante-manivela mientras me digo que esto no está pagado. Uno siempre ha de estar cerca de los mandos.  Durante mi labor el barrio se paraliza. Un guardia prohíbe circular por las carreteras. El dueño de la pelota se la sube al regazo y los viejecitos buscan un banco para aguardar hasta que las campanas dejen de repicar y haya concluido la maniobra.

La idea fue de mi gran amigo Bruno, un humilde mecánico. Sin las continuas bromas que algunos vecinos hacíamos sobre su sedentarismo o sobre su monotemática conversación, no habría decidido pasar unos días con la sola compañía de un libro sobre las mentes más ilustres y en el lugar donde todo queda al sur. No hay mejor sitio para un desnortado que el círculo polar ártico.

Se desplazó casi 7000 kms para contemplar el sol de media noche sobre una silla roja de propaganda. Cuando el astro comenzaba a escorarse dejando frías sombras sobre su rostro, Bruno interrumpía un instante la lectura y orientaba su silla de manera que la luz le incidiese siempre de frente. Al alcanzar el capítulo en el que Arquímedes pedía un punto de apoyo para mover el mundo y desarrollaba su teoría de la palanca, pensó que un simple mecanismo de poleas engranajes y planos inclinados podrían mover su silla. Luego pensó en la familia y quiso mover su casa y, finalmente, en nosotros los vecinos. Así nació la idea del barrio giratorio.

Pronto aparejadores arquitectos y constructores pulieron la idea de Bruno y se pusieron manos a la obra. Sobre una enorme torta de hormigón articulada fueron encajando los recintos, casas, calles y negocios de nuestro barrio. Esta vez con distinta distribución.

Nuestro barrio es especial por muchos motivos. Todos tenemos los jardines y terrazas orientados al mismo punto. Solo en mi calle hay siete floristerías y algunos edificios no tienen ya ni un solo ladrillo al descubierto de lo crecidas que están las madreselvas.

Es cómica la estampa de mi mujer, con los pelos en punta, al volver de la peluquería que queda fuera del barrio. Y es que dependiendo de la hora a la que le den cita, ha de salir por una u otra calle, en una dirección o en la contraria, y normalmente su demora impide que la puedan atender. Parece como si estuviera siempre asomada a un acantilado

En algunos barrios contiguos jode que demos la espalda, y es  que esta muy descuidada con tanto desconchón y ese  horrible olor a basura. Allí es donde dejamos los contenedores.

Pero no solo perseguimos, como los girasoles, la luz del día; También acosamos a la luna y, cuando los hay, fenómenos espaciales de todo tipo. Aunque en rara ocasión, alguna vez nos hemos, además, escudado del viento.

Ya ven, si no le decimos a Bruno que pare de hablar de lo mismo y se coja unos días para irse al carajo, éste, sería un barrio bien distinto.

En otro momento, si nos vemos, os cuento como hicimos con la plaga de caracoles. Yo estaré cerca de los mandos.

TU DESIERTO: Amor de polvo.



Tres... y punto final.

Jamás olvido un principio. Ella giraba en uno de esos retorcimientos del aire. Rotaba presa de aquel repentino espectáculo, entre bolsas de supermercado, paquetes de pipas y hojas secas. Mientras tanto yo apenas sí me ondeaba desde mi apacible remanso; ahí enmimismado. A pesar de aquel frenético vaivén, o tal vez porque existió, quedé deslumbrado ante unos destellos cobrizos, los de Cerise.

Bolsas y hojas faranduleras danzaban coreografiadas por el encuentro multidireccional de los vientos. Pequeños caprichos de la naturaleza que entuercan nuestro devenir en sencillos remolinos. Por momentos quedaban suspendidos en el aire, en otros se arrastraban como persiguiéndose de un modo travieso.

Ocurre, que a nosotros estos bailes de disfraces nos parecen una barraca desbocada en la que ponemos más que un granito de arena. Hacemos el trabajo sucio. El roll de polvo, arena y demás minimeces es dar brío a un absurdo tiovivo transparente.

En fin. Tras varios minutos Cerise se desprendió catapultada, yendo  a parar junto a mi apacible remanso de confort Mediterráneo.

Al principio me sentí tremendamente afortunado de poderla contemplar desde tan imprudente distancia. No había dejado de sentirme aún así, cuando se apegó a mí con esperanzadora desesperación, y juro que no fue una perdida racha de viento, sino ella, quién de una maniobra, se estiró hasta reposar en mi inanimada desnudez.

Comenzaba aquí su tregua. Y a mi me entró ese rubor de los inicios, ese spleen que deja la belleza cuando no sabes si llegó para acampar, o para clavarte una piqueta en el costado y largarse poniendo (no lo quiero ni pensar) tierra de por medio. Yo sólo era un cúmulo de desprendimientos, una mota mestiza de polvo, y ella... Ella debía ser de alguna playa –pensé-, así tan íntegra y tan cruda, que de no ser por aquel peculiar brillo hubiera jurado que Cerise era polvo de heroína.

Volví a la calma. De momento ahí seguíamos, codo con codo, compartiendo deriva. Me contó, que quiso cambiar de aires, porque en su tierra era igual a los demás, e igualmente inútil también. Todo el rato haciendo y deshaciendo dunas. Un día aterrizó  en el ojo de un nómada. Pasó horas en la humedad de aquel hombre, hasta que la lloraron sobre una vasija, que posteriormente fue exportada para un mercado medieval de no sé que pueblo. Cuenta que lo más hermoso fue saber que no todo era desierto. Eso es precisamente lo que yo comencé a mostrarle, el no desierto.

¿Y qué podía contar algo como yo? Pues menos casualidades... cualquier cosa. Siempre andaba metido en algún rebufo. En una ocasión, me tocó posarme sobre un tumultuoso adorno, duré poco; pronto una pareja de adolescentes me cambiaron de sitio, y tras mi breve estancia sobre una bayeta, otra mucho más duradera le prosiguió, esta vez en el interior de un vehículo que periódicamente me traía la efímera compañía del vaho.

         Antes de Cerise las cosas no acababan. Yo siempre odie que fuera así. Desde Cerise, se llenó todo de inicios moribundos, desde que... ella, todo tiene antes, durante y final. Ya ven que soy una mota de principios. Quizás recordandolos, las cosas vuelvan a no acabar. Porque queremos seguir abrumándonos en la bruma que excusa nuestro calor, deshaciendo el desamor, porque ya no hay ventarrón que nos distancie. Ahora somos uno; uno con mi miedo a olvidar; dos, dos orando por la mala memoria de sus olvidos; tres... y punto final.  


Jamás olvido un principio. Ella giraba en uno de esos esperpénticos retorcimientos del aire. Mientras tanto, yo la contemplaba...


CERISE: Adiós. Ahora eres tú mi desierto.


... desde mi cálido y recto remanso.  Rotaba presa  de aquel...

UN SILENCIO


Yo estaba en la habitación, bocarriba, en la cama y con un cenicero sobre mi desnudo torso. Solía soltar el humo del cigarillo y esperar a que ascendiera hasta el techo, donde tenía un mapamundi colgado. El humo se direccionaba hacia un punto y yo comenzaba a soñar con las cataratas de Iguazú, la infinita estepa rusa o los montes de la luna. De  poco valía apuntar, así que también pase por varios naufragios.

Pero ahora estaba en la estación con una maleta de cuero oscuro que apenas contenía dos mudas, jabón verde y una botella empezada de coñac.

El único tren que me sacaba de la provincia pasaba en 7 minutos. Me hubiese gustado despedirme, pero el acto se habría  considerado desmedido, ya que aquí no nos importamos demasiado.

 Federico estaba sentado sobre un banquito de la estación, agarrando fuertemente una de las patas y con las muletas apoyadas junto a él como una pareja incómoda de amantes metálicos. Pasó tantos años navegando que las usa para combatir los golpes de marea que aún alberga su cabeza.

Los railes también provocan pequeños oleajes, y si te fijas, desde cualquier ventanilla, podrás ver como el tendido eléctrico los dibuja.

Los trenes llevan esa velocidad porque siempre hay alguien esperandoles y son entes muy serviciales, sin embargo, los viajeros nunca llevan prisa; por eso desde los vagones se puede ver como la máquina viaja, por lo menos, 40 kms/h más despacio que desde los andenes.

Llegó al fin, jadeante y majestuoso como un animal de sangre de vapor con la cresta herida. Frenó de un aullido agudo y tras breves minutos retomo su marcha.

Vi tras una de las ventanillas como Federico avanzaba sin muletas por los pasillos de la cola.

Quedó un silencio hermoso.