miércoles, 9 de marzo de 2011

EL JEFE

Puede que él, mi jefe, fuese más alto los días de frío, pero es que verán, procede de una antigua estirpe del norte que no se recoje jamás, que no camina con las manos en los bolsillos y la curvatura de los flexos cuando aprieta el frio, es más, me atrevería a decir, que muy al contrario, alinea verticalmente sus vertebras y sube el mentón en busca de una tribu confusa de fotones. Y yo  que sólo enfermo en invierno a causa de dolencias que tienen, precisamente, que ver con ese frío, y yo que solo me peso cuando las copiosas comidas de navidades redondean mis facciones; pues me acerco sólo entonces a la farmácia de Jaime que es un tipo muy celoso y no incorpora climatizador al negocio para evitar que su esposa nos atienda con generosos escotes como orillas de charco. Compro analgésicos y cuando me subo a la balanza para maldecir las navidades, un rayo rojo me golpea el cobote recogiendo también mi altura. Nunca me miden erguido.

Yo soy uno de sus empleados más veteranos y dóciles, aunque constantemente de a entender a familiares y amigos que suelo cantarle al jefe las cuarenta o ponerle entre espada y pared porque soy pieza imprescindible en el negocio y puedo permitirme el lujo de ser siempre yo. Él es déspota y abre sus gruesas manos para dar instrucciones.
Aquella noche veníamos en su todoterreno por un camino sin asfaltar que cruzaba el frondoso bosque donde él quería colocar nuevos depósitos de ácido clorhidrico. Yo me aflojaba la corbata negra y buscaba setas en la cepa de las encinas con el rabillo del ojo mientras mi jefe me esbozaba un discurso sobre lo prolífero y rentable que sería expandir el negocio en ese lugar.  La noche había llegado antes de que el sol se fuese campoatravés y el jefe conducía con prisa.

Cuando le entramos mal a la curva el vehiculo rodo por un terraplen. Primero cada vez más rápido, luego cada vez más lento, luego otra vez rápido. En algún momento del siniestro dejamos de agarrarnos y quedamos tendidos en medio del campo sin vehículo a la vista, sin conciencia, sin memoria.

Un señor estirado despertó a otro magullado que era yo. Me preguntaba quienes eramos y que hacíamos allí.  Yo sentía dolor en un hombro, aunque no sabía si mucho o poco dolor porque no recordaba otra molestia física con que compararla, quizás por eso no supe preocuparme. Supe que las cosas tenían nombre pero no me interesaba saber el mio por una cuestión práctica, eso no nos sacará de aquí, -ningún nombre nos sacará de aquí- le respondí

Mientras él rastreaba inquieto la zona, yo permanecía sentado con un solo hombro encojido por el frío.

Pronto salieron a flote nuestras diferencias. Yo me encontraba lo suficientemente cómodo en ese entorno como para emprender el camino de regreso al sitio del que veníamos, fuese cual fuese. Él quería resguardarse y esperar el regreso del día. Yo tenía tanto frío que desaprobé de inmediato la propuesta. Encontró una carpeta repleta de documentos en la que figuraban nombres de personas y numerosos recibos a nombre de una empresa de metalurgia.
La confusión se disipaba lentamente y buscamos nuestra documentación en los bolsillos, pero no encontramos nada. Parecíamos estar de acuerdo en que debía ser el jefe quien tomara las decisiones.

Yo debo ser… Domingo Álvarez Renoir y tú cualquiera de estos a quienes tengo en nómina.

¿Cómo sabes eso? –Pregunté-

Bueno… mírame, no llevo traje, ni corbata. Salta a la vista que ningún superior me la exige porque los jefes no tenemos superiores.

O tal vez –añadí- sea yo el jefe, sea yo quien se reuna con politicos y líderes de la competencia y por eso lleve esta elegante ropa. Y respecto a usted, decidiese que es libre para elegir su vestimenta porque la imagen de un peón no interfiere en los intereses de mi negocio.

Hace poco decías que ningún nombre nos sacará de aquí y ahora sabemos que sería la clave para coordinarlos y establecer una jerarquía. Ninguna empresa obtendría los beneficios que figuran en estas facturas con un jefe tan incompetente como tú.

Despedido!

No. Tú estás despedido.

Tal vez quieras matarme y por eso me has traido  hasta aquí.

O tal vez seamos amantes.

La bruma de la noche nos dejó igual de encojidos, de igual estatura

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