miércoles, 9 de marzo de 2011

AL MUNDO, AL FIN.


Mi Lolita envejecía en cada  turbio pensamiento y pronto hube de buscar otros que la reemplazaran en momentos de intinidad para no acabar sintiéndome víctima de una pedófifa.

No pude dejar de prometerme cosas, pero hace años que ya no me creo, que no creo en mi: En mayo reservarás un vuelo a Nueva York, el viernes preguntaras por la hora de cierre a esa camarera, esta semana repararas el mi grave del piano, mañana romperás con un bate todos los acuarios de la calle de las marisquerias y cenarás, a salvo de la policía, un sanwitch en el Parque de los Principes, coger gasolina y meterle fuego a la casa.

Conozco a un tipo que se prometió no volver a hablar en su  idioma, y es de los que cumple las promesas. Volví a verlo hace poco, le pregunte si habia cumplido aquella extraña jura que se hizo meses atrás,  contesto que él siempre cumple las promesas por muy beodo que las haga y yo me quede más tranquilo.

Cuando aprenda que nada es tan importante pertenecere al mundo, al fin.

Todos los días sobre la misma hora me detengo frente al escaparate de esta librería; el muchacho de Ciudad Real va por la tercera edición, las colecciónes de autoayuda vuelven a subir de precio, otro cantante que vende poesía… Pero hoy se me hizo tarde y al pasar frente a la vidriera aprendí algo distinto: Tengo los andares de mi padre.

A veces basta con trastocar uno solo de los ingredientes para que el resultado sea bien diferente. La oscuridad del local ya cerrado realzó mi reflejo y me vi.  En ocasiones la vida es agradecida y sorprendente.

He de añadir que mi padre tiene andares de llanero solitario y yo adoro el wester, de no ser así, de adorar el vodevil, hubiese dicho que a veces la vida es desagradecida, aunque mantendría lo de sorprendente. A veces basta con trastocar uno solo de los ingredientes.

El motivo por el que cruce ya de noche frente a la librería, es que estuve buscando el bate de beisbol en una tienda aledaña de deportes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario